Blanca Maestría

El blanco es el color que mayor sensibilidad posee frente a la luz. En él se juntan todos los colores y, en su claridad, se refleja el símbolo de lo absoluto, de la unidad y de la paz.

Quizá por eso, el apellido que regenta la bodega La Mazaroca, desde hace ya cuarenta años, sea precisamente el de los Blanca.

Estirpe ‘araheña’, embajadores de ese pueblo campiñero y sevillano, los Blanca son a la restauración lo que el blanco es a la luz y al simbolismo del que hemos cargado a ese color con el paso de los siglos.

Adentrarse en la aventura del sabor en La Mazaroca es exponerse a la sensibilidad de unos platos que traen paladares de siempre, hechos con las maneras de ahora. Unos sabores en los que, además, como en el color blanco, se juntan todos los colores que hacen que te los comas también con los ojos.

Y por supuesto, claridad, amabilidad y gusto en el trato. Una manera de darse a la clientela en la que el patrón, la horma, la puso el patriarca Manolo.

Para la impaciencia de algunos, al padre de los que hoy son Mazaroca le gustaba decir, en momentos de apretura y bulla, un ‘enseguida’ con tanta gracia y soltura que eras capaz de estar una hora esperando a que te atendieran. A Manolo, fuente del saber para el que quiera verlo, le pudimos escuchar mil veces aquello de que su bar era ‘la Casa de Dios’, por aquello de que todos eran bienvenidos.

Y como de tal palo tal astilla, la Blanca madera de La Mazaroca sigue intacta a día de hoy en Demetrio, Jorge y Silverio. Tres hermanos, tres firmes pilares que han aprendido con destreza la Blanca Maestría de su padre en las tablas de la hostelería, como antes su padre aprendiera de su padre, del abuelo, el arte de andar por el mundo.

De aquel Maestro Blanca, barbero, guitarrista, queda para siempre la elegancia de trato que se te prende del alma a la primera que te relaciones con cualquiera de los que integran la ‘estirpe mazaroca’.

En definitiva, asomar por La Mazaroca es entregarse al blanco, a los Blanca, en una rendición sin condiciones ante unos platos, un servir y un entender la vida que te conduce a ese absoluto, a esa unidad y esa paz que se condensan en el color de colores.

Y si por suerte, allí te topas además con el flamenco… el blanco se te puede terminar descomponiendo en toda la gama cromática porque, en La Mazaroca, presenciar la magia de lo jondo es como pasear por el cielo en Arco Iris.

Casa fundada en 1973